sábado, 10 de enero de 2009

LUIS LANDERO

Luis Landero
Por

©Luis García

Alburquerque 1948. Badajoz. España. En 1960 se trasladó con su familia a Madrid. Estudió Filología Hispánica en la Universidad Complutense y es profesor en la Escuela de Arte Dramático de Madrid. Tras la irrupción triunfal de Juegos de la edad tardía (Andanzas 102 y Fábula 2) en el mundo de las letras, novela que recibió el Premio Nacional y el de la Crítica en 1991, Landero trabajo 5 años en su segunda novela, Caballeros de fortuna, que le ha consagrado como uno de los mejores novelistas en lengua española. Otros libros del autor son El mágico aprendiz, Entre líneas y Quince Líneas como prologuista además de autor de tres relatos hiprebreves con el seudónimo de Faroni. En preparación El Guitarrista. Sale en abril Entre líneas: El cuento de la vida.




Introducción.- Cuando Luis Landero publicó en 1989 Juegos de la edad tardía, yo era un estudiante de Filología que desconocía las interioridades literarias, y que miraba con respeto a cuantos como él, habían conseguido tocar el cielo con las manos. No estábamos ante un autor más, en unos momentos de renovación narrativa en nuestro país, sino ante alguien llamado con el tiempo a marcar un antes y un después en la novela. Frente a quienes afirman sin pudor la próxima muerte de la novela como género, Landero nos entrega cada cuatro años un nuevo discurso narrativo alejado de convencionalismos literarios, y nos ofrece la posibilidad de continuar soñando con nuevas entregas. Forma parte por derecho propio del selecto trío, junto a Antonio Muñoz Molina y Luis Mateo Díez, que han conseguido alzarse con una novela el mismo año con el Premio Nacional de Literatura y el Premio de la Crítica. Once años después, y cuando está cercana la aparición de su próxima novela, El guitarrista, novela marcadamente autobiográfica, jamás hubiera podido suponer que tendría la oportunidad de realizarle una entrevista. Y es que la realidad, por suerte, supera con creces la ficción.

Hace frío esta soleada mañana de invierno, algo que se olvida cuando se tiene delante, junto a una buena taza de café, al insigne escritor. ¿Quién es Luis Landero en realidad?. ¿Quién se oculta tras el enigmático Faroni en Juegos de la edad tardía?. Es algo que intentamos descifrar en esta entrevista. Posiblemente no se consiga, pero como entonces, siempre nos quedará París.

Pregunta.- Antes de comenzar, una sospecha, o si lo prefiere un "cotilleo". Releyendo Juegos de la edad tardía, me encontré con un personaje cuyo nombre me resultaba familiar, que intuyo no fue tan inventado como sugiere en la novela. ¿Existe en realidad Lino Uruñuela, o fue una feliz coincidencia?.



Luis Landero.- Es que no es un personaje. Sencillamente es el nombre de alguien a quien conozco. Lo introduje en la novela supongo que por cambiar..., por terminar con la impostura que había creado... Un poco para quitarme el peso de la farsa que había cultivado. De todos modos el nombre salió porque me dijo Lino un día: "a ver si me metes en la novela". Yo la estaba escribiendo y hasta me dio una idea. "Puede ser que el personaje quiera cambiar de nombre" -me dije-. Y Me ayudó, vaya si me ayudó la sugerencia de Lino, porque yo quería dejar la novela abierta, y se supone que el tener otro nombre iba a propiciar esa condición.

P.- Augusto Faroni, alter ego del protagonista de su novela Gregorio Olías, no es sino el símbolo de su generación, como arquetipo de un modo de entender la literatura, y la vida. Pero, ¿cómo es realidad Faroni?. Quiero decir, que ya que siempre se afirma que la primera novela de un autor suele tener una fuerte carga autobiográfica, ¿sería aplicable este axioma a su caso?.

L.L.- Creo que sí. Lo que pasa que tampoco soy muy consciente de esa carga autobiográfica. Sé que la hay, que existe, pero no la he indagado, entre otras cosas porque intuyo que conecta con zonas oscuras de mi personalidad. En todo caso el supuesto carácter autobiográfico de la novela es aplicable más a mi padre, que era un hombre campesino, sencillo, y muy soñador. Tremendamente soñador y con muy buenas cualidades. Yo conservo las cartas suyas de la guerra, tenía mucha gracia escribiendo... Pero a la vez era un hombre insatisfecho y frustrado con la suerte que le había tocado vivir, ya que le hubiera gustado ser otra cosa que no fuera campesino. Yo viví toda esa frustración con una mezcla de desasosiego, que hizo que al venir a Madrid proyectase en mí todo lo que él no había podido ser. Yo creo que la personalidad de Faroni viene un poco de ahí en cuanto al componente autobiográfico. También está el fenómeno de la emigración, tanto interior como exterior, algo que por suerte o por desgracia conozco porque me tocó vivir y sufrir. Cuando veníamos en aquellos trenes de carbón de los años sesenta, toda aquella gente miserable de los campos a la búsqueda de un destino mejor...iban llenos de sueños, de ilusiones... Yo creo que viene de ahí. Pero también de mi carácter y mi capacidad de ensoñación. Cuando me imagino una cosa me la llego a creer...Un poco de todo. Hay un momento en que la historia que yo cuento, como todas las historias, a las pocas páginas son autónomas, tienen sus propias leyes y reglas.

P.- Pero está Faroni, él también es un soñador, un romántico...

L.L.- Si, claro. Gregorio Olías es un individuo que no ha acabado el bachiller, que se ha educado en el romanticismo, Lord Byron, Espronceda, el cine de Holliwod, y es un individuo que crea a Faroni con una serie de tópicos. Como yo en mi infancia y juventud, no tiene amigos leídos. Como él en la novela, mis amigos eran el aprendiz de un taller mecánico, gente muy de la calle... Y un poco esa imagen romántica que nos creamos en nuestra adolescencia derivó en el Faroni soñador de la obra. Pero claro, luego con toda la ironía de un individuo con casi cuarenta años que ha leído bastante, y que se distancia de su pasado.

P. La literatura no es sino una forma de carrera de obstáculos. Así es como a mí me gusta verla. Pero, ¿qué le indujo a ser tan persistente con Juegos de la edad tardía, sabiendo que lo único que provocaba en las Editoriales eran rechazo y buenas palabras?.

L.L.- No, eso no es exactamente cierto. Hay mucha leyenda sobre ese asunto. En realidad la novela sólo fue rechazada en una ocasión, y además yo lo supe después de que se publicase.

P.- Faroni, cual mediático Quijote, dio lo mejor y lo peor de sí mismo, y por extensión más de lo que en un principio se pudiera esperar de él. ¿Imaginó en alguna ocasión que su estela pudiera llegar a que un Círculo Cultural llevara su nombre?.

L.L.- Jamás. ¡Cómo iba a poder suponerlo!. Cuando me escribieron y me contaron lo del Circulo me llenó de satisfacción, porque me puso un poco en la pista de cómo me gustaría que se leyese la novela. Reduciendo la distancia entre la literatura y la vida. Lo del Círculo fue un modo de certificar esa idea que yo siempre mantuve al respecto. Algo así.

P. Le digo esto porque me consta que muchos de sus lectores lo fueron a partir de haber leído Quince líneas, la selección de microrrelatos que publicó El Círculo en Tusquets, y donde precisamente, Faroni reaparecía con algunos de ellos.

L.L. ¿Es eso cierto?. Pues no se si me halaga o... No, lo cierto es que yo estoy muy contento tanto con el Círculo y la labor que está desarrollando como con el hecho de que Faroni se haya universalizado.

P. ¿Sintió en algún momento el vértigo del escritor tras su primera novela, la sensación que lo que quería contar ya lo había hecho en su primera novela?.

L.L. Muchas veces. La presión de escribir una segunda novela es tremenda, sobretodo después de que la primera haya sido un éxito. Sientes pánico, expectación, pero se supera rápidamente. Si, es probable que sí.

P. Uno, a medida que sigue su carrera, a usted y a otros de su generación, tiene la sensación de estar ante un autor de culto, que ha conseguido con tan sólo tres novelas lo que otros han necesitado con más tiempo. ¿A que crees que es debido?.

L.L. ¿De culto?. Yo creo que no lo soy. Eso de ser un escritor de culto está reservado para aquellos minoritarios pero admirados, y bueno, yo no se si soy un autor admirado, pero desde luego no soy minoritario. Yo vendo multitud de ejemplares.

P. Pero la literatura de culto es un poco la perfecta simbiosis entre autor y lector. Sin embargo, a mi entender, aún le falta para doctorarse un libro de relatos cortos (para mí el género literario por excelencia) que estoy seguro tendrá guardado en un cajón. ¿Para cuando?.

L.L. Bueno, el relato corto me gusta, pero yo soy mas un constructor de mundos novelescos, y mientras estos existan y tenga fuerzas quiero aprovecharlos.

P. ¿Corriges mucho los textos?



L.L. Cada vez menos. Cada vez me importa menos el estilo y mas la sinceridad. O por decirlo de otro modo, me importan los logros estéticos a largo plazo. No me interesa la página perfecta, no me interesa el brillo, el hallazgo parcial de una metáfora, de una imagen de un adjetivo. Eso no es nada comparado con el de un capítulo. Los hallazgos parciales no son nada, son cabrilleos, brillos de los cuales huyo y a veces los encuentro y los tacho.

P. Decía Saramago que tenemos que aprender a escribir sin adjetivos. ¿Compartes esa idea?.

L.L. Bueno, sin adjetivos... Para aprender a escribir sin adjetivos hay que haber escrito con ellos previamente Yo nunca fui un autor recargado ni mucho menos, siempre huí del barroquismo, es cierto. Pero se puede ser sencillo y falso, entendiendo por sencillo la escasez de adjetivos, y se puede ser barroco y verdadero. Alejo Carpentier, que me parece un novelista extraordinario es un ejemplo de esto. En él ni sobra ni falta una palabra, un adjetivo... Es un autor auténtico. Y hay otros, supuestamente sencillos que... mejor se dedicaban a otro oficio. La sencillez no es garantía de nada. No se trata tanto de buscar y encontrar la sencillez como la esencialidad.. La esencialidad se puede expresar de un modo barroco, conceptista...

P. Mendoza vaticinó hace algún tiempo el fin de la novela. ¿Crees que en estos tiempos tan agitados que vivimos, se tiende hacia una literatura de consumo, más rápida?

L.L. Hace tanto que se viene vaticinando... Probablemente sí. Es posible que se esté dando un regreso hacia la reflexión, y hacia tareas... mas demoradas. Pero también es posible que se esté generando una reacción contra toda esta prisa... la mayor parte vacía de contenido. Yo no soy muy optimista respecto al futuro de la novela, pero no por los tiempos sino por la ruptura que ha habido con el pasado. Se han roto amarras con el pasado. Amarras de gran calado. La tradición fundamentalmente era la escuela, la Universidad, el mundo académico en general... No hay más que hablar con un profesor de la ESO para darse cuenta de esa ruptura de amarras. Lo que había era un poco el contar por el contar. Ese tejido narrativo que formaba el barrio, la gente. El contar de padres a hijos. Todo eso de lo que hablan muchos filósofos, Walter Benjamin por ejemplo habla de ello... Y de algún modo eso era un vínculo con el pasado, con la tradición. La gente hablaba, y mantenía en la memoria colectiva “el recuerdo de”..., y había la conciencia de un pasado. Y todo eso se ha roto. De manera que ahora hay una ruptura enorme. Y lo que tenemos es una vocación suicida de vivir el presente. Está muy bien vivir el presente, eso se viene diciendo desde Petrarca....

P.- Carpe diem...

L.L. Sí, “carpe diem”, lo que pasa es que ahora ya no es vivir el presente, es devorar el presente, consumir el presente...

P. ¿Qué nos puede adelantar de Vacía invención?. ¿Para cuando estará en las librerías?.

L.L. Bueno, en realidad se trata del libro Entre líneas ya publicado, al que le he añadido algunos artículos. Lo de Vacía invención es un recurso muy común que se utiliza cuando aún no está el título definido.

P. Una vez, un amigo también escritor, le recordaba por una conferencia que había pronunciado en la Universidad de Oviedo bajo el título de El laberinto de papel. En ella aludía a un viaje poético-musical por diferentes universidades de EEUU recitando a Federico García Lorca. ¿Es cierto que en dicho viaje una estudiante norteamericana le confundió con el propio Federico, en la creencia de que era éste un poeta contemporáneo?.

L.L. Sí, es cierto, Totalmente cierto.

P. Y ya que hablamos de aquel país, ¿cómo fue su experiencia de profesor?.

L.L. Pues al principio me sentí sólo, muy sólo. Un poco como en la mili. ¿Quién me ha mandado venir aquí, me decía. Porque a la mili te obligan, pero aquí... Pero después recogí el aire, la soledad, y al final lo pasé bien. Escribía, paseaba, iba a Nueva York, la ciudad que mas me gusta del mundo... Y no estuvo mal la experiencia al final.

P. ¿Cómo eran sus estudiantes?.

L.L. La ciudad se notaba que había sido rica, muy rica, pero estaba en plena decadencia postindustrial. Se veían las fábricas abandonadas, vacías, y en el centro de todo esto estaba la Universidad de Yale. ¿Los estudiantes?. Que te voy a contar. Eran los mejores estudiantes de EEUU, que no es poco. Por un lado les daba clase a los postgraduados, que eran filólogos, y ya se sabe que los filólogos son iguales en todas partes del mundo. Están pervertidos por la interpretación literaria, y en general por la falsedad cultural actual. Y luego estaba otro grupo de alumnos que eran físicos, matemáticos... Eran gente muy lista, muy inteligente, que comentaban a Lorca, a Buñuel, desde un punto de vista desprejuiciado con total inocencia. Y es precisamente esa falta de prejuicios lo que crea figuras tremendas. Y cuando el talento se cruzaba con la falta de prejuicios, los alumnos desarrollaban unos tipos de comentarios absolutamente renovadores y lo más importante, muy frescos.

P. ¿Qué novelas recuerdas con especial cariño?. ¿Las que mas te han marcado en tu formación como escritor y lector?.

L.L. Mira, una novela que a mí me emociona profundamente es El Gran Gastby. Me llega al fondo del alma. Me parece que es pura poesía. Posiblemente haya otras novelas que me gusten más, pero desde otro punto de vista. No se... El Gran Gastby la habré leído... infinidad de veces. Es una novela mágica, que la termino y la vuelvo a comenzar. Te puedo asegurar que me la sé de memoria, y esta no es una frase hecha. Además, es una novela que me apasiona por...

P. ... por el lenguaje, por el personaje, por la estructura...

L.L. Si, por todo eso. Y por la estructura, claro. Por como está escrita, con esos materiales tan leves, tan efervescentes, que hacen que parezca que la novela va a desaparecer en cualquier momento como la niebla... Y sin embargo se rehace una y otra vez. También está el tono, y yo cuando hablo del tono de una novela siempre habló del Gran Gastby como ejemplo de tono sutil. Con una distancia, una ironía, pero con una fuerza sentimental extraordinaria. Y a la vez que con la ironía, con una actitud intelectual por parte del narrador... testigo, tremenda. Porque el que escribe es testigo. Escribe en primera persona pero no cuenta su vida sino la vida de otro, de Gatsby. Y nunca abandona esa distancia, una distancia melancólica, desengañada, y es en esa distancia de melancolía y desengaño donde reside el secreto del tono. Es muy difícil conseguir eso. También, ya que hablamos de novelas que me hayan emocionado especialmente, alguna de Faulkner como Luz de Agosto y El Villorrio. Para mí son sus dos mejores novelas. También Mientras agonizo, aunque esta es un poco tramposa. Hay demasiados silencios, demasiadas elusiones...

P. A quien si que le gustaba es a García Márquez?

L.L.- ¿A García Márquez?. De todos modos a mí Márquez me gustó mucho en su tiempo, pero cada vez me atrae menos. Digamos que no es de mis preferidos.

P. Retomando una respuesta tuya anterior, ¿qué es exactamente un mundo novelesco?.

L.L.- Es cuando de pronto sientes que algo empieza a funcionar como un motor. Funcionan las bielas, el cigüeñal, responde el freno y entonces... aparecen los personajes, aparecen las situaciones, aparecen los olores, el tiempo, el ambiente, el espacio... Eso es un mundo novelesco. En realidad es un trozo de vida, un enorme pedazo de vida que te atrae. El cuento no. El cuento generalmente es un matiz, una sola cosa que de pronto es como un remolino.

P. ¿No es un trozo de vida el cuento?

L.L. Sí, por supuesto que sí. Pero el cuento está muy definido por el contorno. Es como un disparo que no puedes fallar. En la novela disparas varias veces y no importa que falles en alguna ocasión. El mundo de la novela es un mundo de libertad, es un mundo de desestructuración. Es un mundo que no requiere la intensidad del cuento. El cuento tiene que ser muy intenso, como un arco en tensión para que la flecha salga... En tanto que la novela no requiere esa tensión. Es un mundo mas largo.

P. Y ya para terminar, ¿puede adelantarnos de que trata su próxima novela?.

Bueno, lleva por título, en principio, El guitarrista, y espero acabarla relativamente pronto. Esta sí que va a ser una novela remotamente autobiográfica, porque parte de experiencias muy mías, que yo viví... pero enseguida la historia adquiere autonomía. No es exactamente la historia de un guitarrista, pero si que es verdad que esa semblanza cruza toda la novela. Es decir, está escrita en primera persona y trata de un hombre que se hace guitarrista... pero mejor no hablar mucho de ella. Sólo diré que parte de experiencias muy mías, pero enseguida adquiere autonomía. En esa medida va de la vida a la literatura. Como a mí me gusta.

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