miércoles, 29 de abril de 2009

Hoacio González

Entrevista - Horacio González- La Nación
Perón, reflejos de una vida

"Esta obra es la historia de mis propias lecturas"


En Perón, reflejos de una vida (Colihue) el director de la Biblioteca Nacional rastrea las fuentes literarias, políticas y militares de la retórica peronista.

Juan Domingo Perón y Eva Perón no vivían en la Biblioteca Nacional, claro, sino en el mismo sitio que hoy ocupa el edificio de la Biblioteca. Allí, incluso, murió Evita. En la quinta Unzué, solar de tres hectáreas ubicado entre la Avenida del Libertador, Agüero, Austria y la Avenida Las Heras, se alzaba la Residencia Presidencial, un palacio expropiado en 1937 y demolido en 1955 por la Revolución Libertadora.

El que está sentado ahora en ese espacio es el último biógrafo de Perón, Horacio González, no porque haya querido meterse en la piel de su biografiado sino porque es el director de la Biblioteca. Basta comentarle a González la coincidencia para que conteste citando un libro: Del poder al exilio , en cuyas páginas Perón se sitúa en esa residencia, conocida como Palacio Unzué. González habla citando obras de las que extrae reflexiones. Y ese es el procedimiento que aplica, en líneas generales, en su obra Perón, reflejos de una vida (Colihue), recién publicada.

¿Se trata realmente de una biografía?

Una biografía que tiene aspectos de antibiografía, en el sentido de que no sigue el orden cronológico. Pero no es un relato entrecortado por montajes de distintas etapas de la existencia. Veo la vida como influida, modelada por un conjunto de textos que actúan sobre nosotros sin que, a menudo, nos demos cuenta. Mi libro se basa en reflexiones y estudios sobre las fuentes textuales del peronismo, las conocidas y las que intenté identificar.

Una de ellas, por ejemplo, de fuerte presencia en La razón de mi vida , es León Bloy, el autor de El alma de Napoleón
. Con frecuencia, se reitera, en la obra de Eva, la expresión "el alma de Perón", así como fórmulas retóricas del tipo de "el encuentro primordial", "el día maravilloso en que lo conocí". Son expresiones, por otra parte, que pertenecen a los clásicos relatos de la vida de los santos. Napoleón aparece en el libro de Bloy como un emisario de Cristo en la Tierra y en La razón... , la figura de Perón es tratada de un modo semejante. Claro que en el texto de Eva las fuentes están encubiertas. El tono evangélico está muy empleado. Esas alusiones o empleos de pasajes de otros autores, de títulos canónicos, adquieren la forma de parábolas, de sentencias. Me parece que el peronismo y todos los movimientos sociales recurren en gran medida a una especie de "legítima" usurpación de textos, de citas, de fuentes. En cierto modo, los movimientos sociales diluyen la fuente en la que se basan.

Pero quienes entienden que La razón de mi vida es un mero libro de propaganda quizás piensen que analizar su contenido no sea una actividad de mayor compromiso intelectual.

Sí, con La razón de mi vida ha pasado lo que usted dice, se lo considera un texto estatal, hecho por otra persona, que tuvo una fuerte difusión. Tenga en cuenta que la editorial Peuser publicó en dos o tres años más de un millón de ejemplares. Junto a El hombre mediocre, de Ingenieros, son los dos libros que -en dos épocas diferentes- marcaron la idea del lector moral.

La diferencia es que no hubo un millón de personas que decidieron comprar La razón de mi vida. Este era texto de lectura obligatoria en las escuelas.

Efectivamente, eso le da un gran interés, es prosa estatal, pero al mismo tiempo, evangélica. El Estado peronista no se comportó de muy distinta forma de como se comporta cualquier grupo de difusión de una doctrina. La coloca con un grupo de textos necesarios para la articulación de la conciencia moral. En realidad es un modelo educativo milenario. Por eso es interesante ver cómo el texto de Eva recoge formas de la alta literatura, o incluso de los intentos anteriores de divulgación en la Argentina de la conciencia moral, como El hombre mediocre de Ingenieros, que está citado ocultamente en el texto de Evita, cuando se menciona precisamente la expresión "hombre mediocre" y al propio libro de Ingenieros, pero no a su autor. En mi obra, quise interpretar el peronismo como un gran colector de textos de todas las vertientes culturales argentinas, incluso el positivismo.

En Evita hay un legado de positivismo moral, del positivismo de Ingenieros en particular, en la medida en que se interpreta la historia como un camino de perfeccionamiento de la humanidad, guiada por ideales. Perón es la figura que marca el rumbo por seguir, ese rumbo ideal. Al rescatar esas influencias, quise señalar en mi libro que el rechazo al positivismo, que el propio peronismo, en concordancia con las historias habituales del movimiento, se atribuye, no estaría sostenido desde el punto de vista de la historia de sus propios textos.

¿Y eso es una biografía o una reinterpretación del peronismo? ¿A qué género piensa que pertenece, en definitiva, su libro?

Si cabe citar a Malraux y si cabe la comparación, yo tomaría, de su expresión de antimemoria, la idea de una antibiografía. No porque esté en contra del personaje. Lo que hice fue postular una biografía y diluirla en textos entrecruzados, favorables al peronismo y también antagónicos. Mi obra se convierte así en un capítulo reciente de la misma discusión sobre el peronismo que se produce en la Argentina en las últimas décadas.

En realidad usted no se ocupa de Perón sino de cómo fueron contados su vida y su pensamiento.

Sí, pero tomo en gran medida la biografía oficial, la de Pavón Pereyra.

Y a usted, por lo que leí, parece irritarlo particularmente Halperín Donghi.

No, no lo diría así. Halperín Donghi no me irrita, me gusta, lo considero el mayor historiador argentino. Me parece que él usa técnicas para irritar al lector y eso me parece interesante. Su escritura ilumina.

Hay muchas biografías de Perón, ¿por qué pensó usted que haría falta la suya?

Yo no pensé si hacía o no falta. Supongo que habrá quienes dirán lo mismo que usted: ¿qué quiso decir? Ningún libro que uno pueda escribir hace ninguna falta. Además, recomendación sensata es no postularse para llenar huecos de conocimiento presuntamente necesarios.

Pero si uno escribe un libro generalmente piensa que hay un lector interesado, ¿no?

Sí, un lector interesado puede existir pero en realidad el lector siempre es esquivo. Un lector preparado para la lectura argentina de la historia contemporánea puede rechazar un libro como este.

¿Diría que es una obra para repensar a Perón?

Sí, para repensar las fuentes literarias, políticas y militares del peronismo. Y al mismo tiempo, para hablar con generosidad de ese movimiento que tomó las vidas de muchas personas en tantos momentos de la historia argentina, personas de intereses muy diversos.

¿Cuánto tiempo le llevó hacerlo?

Un año de escritura durante las madrugadas. Piense que yo estoy ocho o nueve horas acá, en la Biblioteca. El libro, como le decía, lo escribí de madrugada, sobre todo el primer capítulo, que es el que más me interesa y al mismo tiempo el que provoca dificultades en la lectura. Si se me permitiera ser un poco arrogante, diría que esta obra es la historia de mis propias lecturas, una historia de lector. Y mi historia de militante, porque yo también lo fui en esas filas, las peronistas.

¿Perón todavía importa? En el discurso de asunción de la nueva Presidenta no fue nombrado.

Es que no nombrarlo importa. Perón se convierte quizás en lo que muchas veces anunció él, en una presencia en cierto modo etérea, que vale por su presencia o por su ausencia. Muchas veces él pensó en el destino de su nombre. Primero gozó con la dispersión del nombre, supo aceptar y hasta soportar que su nombre fuera usado con los significados más opuestos.

Más que soportar, alentó el uso de su nombre para todo. Había hospitales, estaciones de tren, hasta una provincia que se llamaba Perón. Algo propio de un dictador.

No, no, no, yo le discutiría eso

El antecedente es Rosas.

Pero Rosas tuvo un culto barroco de la personalidad.


Todo era "El Restaurador".

No, no todo era "El Restaurador". No olvide que el gran tema del Facundo no es el nombre sino los colores de Rosas. Facundo toma la idea de que hay una paleta de colores en Rosas, está el punzó, como color emblemático, y examina el peso, el significado de ese color. Pero permítame retomar lo del peronismo, que es fuertemente bautismal. El nombre de la provincia de El Chaco, que llegó a llamarse Perón, es de origen guaraní, y La Pampa fue bautizada Eva Perón. "Pampa" creo que es una palabra tehuelche

Usted me habla de guaraníes y tehuelches, pero a mí me viene a la cabeza la imagen de Stalin.

¡Qué de LA NACION que es usted! [risas].

Sí, adn-cultura pertenece a LA NACION. Y es verdad que no vengo a hacerle una entrevista para El Descamisado [risas].

Bienvenido por eso. Si me permite hilar algunas ideas, yo no coincido con poner los nombres así.

La historiografía peronista convirtió en gesto simbólico de la Revolución Libertadora aquella decisión absurda de prohibir el nombre de Perón. Pero no siempre se explica que eso fue una reacción ante el culto a la personalidad que hubo durante el peronismo, que hasta les había cambiado los nombres a dos provincias.

Poner el nombre de la pareja presidencial a dos provincias cuyos nombres originales provienen de lenguas indígenas (es decir, eran nombres preargentinos) fue parte de una gran polémica en el peronismo. Como muchos oficiales de su época -y también de épocas anteriores, Rosas incluso-, Perón se interesó en las lenguas indígenas. No olvide que escribió un trabajo sobre los topónimos patagónicos de etimología araucana. Mitre, otro oficial, también escribió sobre lenguas indígenas. Perón vuelve, entre otras cosas, para corregir el uso de su nombre. No nos olvidemos, por otra parte, de que el ferrocarril Mitre tiene el nombre de un presidente fuertemente evocativo para el diario LA NACION, de modo que el tema de los nombres

La diferencia reside en el hecho de que Mitre llevaba ya muchos años muerto cuando se le puso su nombre al ferrocarril, mientras que Perón estaba vivo y en el poder cuando bautizó con el suyo a media república.

¿Es una gran diferencia? No sé.

Me pregunto si a usted le hubiera parecido bien que durante la presidencia de Menem todo se llamara Menem.

No, tampoco me pareció bien que todo se llamara Perón y a Perón tampoco le pareció bien unas décadas después. Fue un aprendizaje que él hizo.

Pero no fue un aprendizaje del Perón "astuto" (bien que había astucia en Perón), porque en realidad el tema se vincula a cómo dar nuevos nombres a la vida social argentina, cómo cambiar de perspectiva el viejo nombre de la CGT o cómo bautizar las diferentes fracciones de una fuerza política que también llevaba su nombre. Los años sesenta se pueden entender como una investigación de Perón acerca de lo que se hacía con su nombre y en su propio nombre. Cuando regresó, intentó retomar cierta literalidad, abrevar en las Veinte Verdades , por ejemplo. En fin, le estoy diciendo cosas un poco obvias. En los años 70, se recogían nombres del siglo XIX, como Montoneros, que aparece en los libros de historia. Se puede ver en el peronismo de esos años una lucha entre cierto peso dramático de los textos canónicos que se leen en los colegios secundarios y la reinterpretación, por parte de grupos militantes, de esos y otros textos "dormidos", con una gran capacidad evocativa y de provocación. Le doy un ejemplo de otro orden. En el prólogo de La ciudad indiana , de Juan Agustín García, Unamuno habla del poder de resurrección de las páginas en que García evoca el galope de los jinetes. En los años 70, hubo algo parecido en esa relectura de obras, de pasajes "dormidos". Incluso hoy puede pasar eso.

Resulta paradójico, en todo caso, que Perón en algún momento le haya puesto su nombre a tantas cosas para buscar su propia trascendencia y hoy, bajo un gobierno peronista, estemos atentos a ver si sus herederos mencionan o no a Perón.

Sí, escuché el discurso de Cristina por televisión. Ella lo nombró a Kirchner como no posmoderno. Y no sé qué quiere decir con esa palabra. Creo que lo que hace Kirchner, sin que el tema haya sido pensado, es producir un vacío de nombres, y ese vacío tiene peso, está a la espera de que surjan otros nombres, probablemente. El peronismo es un movimiento, un fenómeno en el que hay una producción de escritura, de símbolos y de leyendas muy fuerte. Creó una famosísima liturgia. No olvidemos que la liturgia es una forma importante de la construcción de un movimiento popular. En el peronismo, hay un escudo, heráldica, numismática. Como movimiento y como partido se valió de las ciencias auxiliares de la historia para contar y crear su historia. Hay una dificultad real de la Argentina respecto de la figura de Perón. Se debate, por ejemplo, si impulsó o no las formas de represión clandestina; se discute su idea de despegue del país, cuán adecuada era la idea de la liberación nacional que se manejaba y en qué consistía exactamente. Mi libro es sobre todo un obra de retórica, supone la lectura de grandes retóricos, como Quintiliano, para quien las instituciones eran oratorias, y puede ayudar a aclarar muchas cosas desde ese punto de vista. También me baso bastante en un estudio sobre Hobbes, de Quintín Skinner, uno de los estudiosos de las grandes ideas políticas. Las fuentes no declaradas del peronismo son la oratoria y ciertos clásicos. Perón construyó dos grandes retóricas. Una provenía de los clásicos de la Antigüedad y del Evangelio. La otra venía de Clausewitz, es decir, de la teoría de la guerra y la comprensión del terreno, y de la voluntad. Tomaba como ejemplo e inspiración de su pensamiento y de su oratoria las grandes batallas, como la de Cannas, entre cartagineses y romanos, dos siglos antes de Cristo. Perón leyó el relato de ese combate en un gran libro del mariscal Von Schlieffen. Los enfrentamientos que Perón encuentra en la realidad histórica y los que encuentra en los libros (por ejemplo, el de cartagineses y romanos) son el tipo de oposiciones que utiliza para describir los conflictos de la historia argentina de la que él es protagonista. En nuestro país, en vez de cartagineses y romanos, habrá "azules" y "colorados", alrededor de los cuales se desarrollará toda una retórica, un uso lingüístico e ideológico de gran efecto en la lucha política, en el armado de eslóganes.

¿Cuánto hay de autobiográfico en su biografía de Perón?

Poco. Podría decirse que, en parte, es una autobiografía de las cosas que escribí Uno tiene el deber de no envanecerse de las cosas que escribió. Recuerdo con especial interés los escritores núbiles que éramos en la revista Envido , en los años setenta. Luchábamos por construir una figura de Perón capaz de tener un diálogo con la nueva generacion que irrumpió en el peronismo.

Ese Perón que usted veía de joven, ¿qué sentimientos le produce hoy?

Me produce interés

Interés desde ya, pero le pregunto más bien si le produce otros sentimientos. ¿Se dice usted mismo, por ejemplo, "cómo pude no haber visto al verdadero Perón"?

El verdadero Perón es un núcleo muy evasivo en la historia. Perón tuvo un guardarropas muy cambiante.

Usted lo llama "pronunciador de frases".

Sí, era un estratega de frases. Veía las frases como patrullas o ejércitos enviados a la lucha. El paralelismo entre "ejército" y "frase" es muy grande en Perón, ese paralelismo se extiende al que establece entre las artes militares y las retóricas.

Otra visión posible de Perón es que en realidad se trató de un lúcido político oportunista, de enorme pragmatismo.

El pragmatismo, la oportunidad y la astucia por supuesto están. Son virtudes -o contravirtudes- clásicas. Pero también está la importancia de las frases, del texto, de la escritura. Y además está la pasión política. El Perón de la última época empleaba la palabra "descarnamiento", con ella buscaba expresar la idea de que toda vida llega en su final a una verdad esencial, despojada de pasiones, y debe ser recordada por eso. La Plaza de Mayo fue curiosamente muy renacentista en la época de Perón, porque en ella se debatía y se ponía en práctica lo que dice un texto clásico como El príncipe de Maquiavelo. Todo eso, que por cierto estaba encubierto, era la base de los discursos de Perón.

Lo que hacía en la Plaza era administrar el poder, manejarlo para ver de qué modo podía valerse de la fuerza para no tener que usarla de un modo violento o cruel. El diálogo que entablaba con el pueblo tenía sus orígenes en las páginas de El príncipe. Ese era uno de los textos que le servían de guía.

¿Cree usted que hay un dogma peronista?

No, el peronismo, a su pesar, es antidogmático. Tomo, en ese sentido, el final del libro de Eliseo Verón y Silvia Sigal, que reconocen que el antidogmatismo le evitó al peronismo de alguna manera las proporciones de una guerra civil.

Habla usted en el libro de la responsabilidad de Perón.

Sí, pero no resuelvo ese tema.

Y retoma el tema de la responsabilidad cuando habla de los Montoneros y el secuestro de Aramburu.

Sí, pero no cierro ninguno de esos asuntos.

¿No podría cerrarlos ahora? [Risas.]

Se van a cerrar en una esfera pública más desarrollada y más sensible que la que tenemos hoy. No es fácil encontrarle las responsabilidades últimas a Perón. Con respecto a la relación con Montoneros, Walsh, etcétera, yo cuestiono el pasaje de Operación Masacre, de Walsh, donde él se refiere a los sucesos que llevan a la muerte de Aramburu como sucesos necesarios de la historia. No es mi opinión. De todas maneras, tomé todas las opiniones, que es lo que uno se exige cuando escribe un libro como éste. No es un libro de vindicta ni de condenas ni de atribuciones de culpabilidades.

¿El lector no puede llegar a sentir que falta allí algún pronunciamiento suyo?

Sí. No hice pronunciamientos. No llevo al patíbulo a ninguna figura. Tomé los hechos casi con piedad.

Pero a la vez hizo legitimaciones.

¿A qué se refiere?

Ya lo hablamos, usted se toma en serio La razón de mi vida.

Sí, lo tomo en serio porque en la historia de la lectura argentina es el libro más leído, con un proyecto de divulgación estatal.

Sus características angélicas y la recuperación de grandes escritos morales citados de un modo encubierto revelan la cultura oblicua del peronismo.

También toma en serio como categoría política la retórica de Firmenich y de los Montoneros, sin considerar ingredientes psiquiátricos, como los analizados por Pablo Giussani en Montoneros, la soberbia armada.

Siempre tuve gran consideración por Giussani, pero no coincido con la forma en que trató ese tema en su libro. La atribución de fascismo y de desvarío no es lo que yo preferí tratar. Para mí, la locura en la historia es otra cosa. No veo en la retórica de Firmenich y de Montoneros fenómenos de índole psiquiátrica. No es que no tome partido. Mi partido es una construcción profundamente democrática de la Argentina. Por otro lado, nunca fui un hombre violento, de modo que ese es mi partido, el democrático. Examino con piedad, con fuerte comprensión, la larga agonía de la Argentina, como dice Halperín Donghi.

Ha llegado la hora de que defina a Perón.

Escribí un libro de casi quinientas páginas para evitar esa pregunta [risas].

Reconozco que es una pregunta exigente.

Es algo acerca de lo cual hay que seguir interrogándose en la Argentina. Perón es una figura que se expone a la construcción de un juicio de valoración ética, política y sentimental que toda una generación de argentinos está en condiciones de hacer y que debería hacer. Incluso es un dilema político principal, no es un tema menor, aunque su nombre esté más silenciado y aunque Tula haya ido sin el bombo al Parlamento.

Por Pablo Mendelevich Para LA NACION


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