domingo, 8 de marzo de 2009

LUIS ANTONIO VILLENA.

Luís Antonio de Villena
Escrito por: harold-alvarado-tenorio el 08 Mar 2009 - URL Permanente


Creo haber conocido a Luís Antonio de Villena (Madrid, 1951) una madrugada de los primeros años setentas, en un desaparecido local de Adolfo Marsillach, en Chueca, cerca del Paseo de Recoletos, junto a dos monstruos de la literatura española de entonces: Umbral y Gil de Biedma.

Villena era una de las estrellas del nuevo firmamento literario y gozaba de una fama de raro, extravagante y libertino digna de aquella media docena de líricos decadentes de los que habló Darío. Llevaba ya sobre si mismo, cada noche, un personaje que es hoy parte del tinglado literario madrileño: una suerte de dandy o miembro de pasarela que al abrir la boca o poner la letra resulta siempre un agitador de la mejor estirpe, a pesar de sus peinados, sus gafas de noche, sus camisetas, sus foulards o sus sortijas. Un espíritu inconforme, producto de un carácter cultivado con esmero en las honduras de una vida noble, orgullosa y culta, que supo, desde su juventud, que la vida verdadera está en los márgenes de toda sociedad humana, entre alucinados, juerguistas, putos, sabios y ángeles del mundo de las orillas. Una gracia y un talento que unos han caricaturizado hasta la frivolidad y otros, entre los que me cuento, valoramos como un espíritu verdadero en una larga época tiranizada por los ires y venires del dinero fácil y la vulgaridad hechas doctrinas.

Villena ha publicado, desde entonces, numerosos libros de poesía, ensayo, crónica, novela y periodismo, haciendo una carrera literaria deslumbrante y no menos descomunal en el mundo de hoy.
Pero es quizás en su poesía donde mejor quedará representado tanto en sí mismo como en su persona, aquel otro Villena que todavía gusta del antifaz, la noctívaga errabundia, las risas estridentes y los desatinos.

Contrariando tradiciones recientes, instauradas por algunos poetas peninsulares a partir quizás de los llamados novísimos, Villena ha escrito sobre lo divino y lo humano también en poesía. No ha sido poeta de temáticas exclusivas o sus libros han pretendido las falsas unidades de los cameladores. Villena ha escrito siempre desde la pulsión del cuerpo, cuando el deseo le ha ordenado hacerlo. Por ello sus libros resultan siempre refrescantes. No agota al lector con monsergas o asuntos, sino que como el transcurrir de la noche o de los días, surge en ellos la poesía. Pero en todos los fondos de sus textos percibimos la dolorosa búsqueda del amor, que no llamaremos aquí ni verdadero ni falso, sino amor a secas. Un amor que no existe y por eso anhelamos y que a veces vislumbramos, precisamente, en los brazos de quienes nunca lo dan, o pueden ofrecerlo: amores por horas, nunca en la esperanza de la eternidad deseada.

Y entonces, lo que nos deja la lectura de su obra es una intolerable y lúcida melancolía de que la vida no existe entre nosotros; que quizás sea en la muerte donde la vida pueda darse. La vida, que de niños nos dijeron existía, que en la juventud creímos posible, pero en la vejez es una llaga honda y maloliente.

Como en Kavafis, Villena oculta a menudo su propia historia en una pretenciosa y pretendida cultiparla, bien sentada en los laureles de las mitologías antiguas, romanas, griegas, árabes, renacentistas y desde hace unos años, decimonónicas. Fue el arribo a los linderos de la vejez que es la dura ausencia de la juventud lo que le llevó a dejar de ser un raro y convertirse en un subversivo, con el desdén como arma. Hijo de Mayo del 68 más que de la transición a la democracia española, Villena es el más subversivo de los poetas vivos de hoy, así nadie le oiga decir una sola palabra que lo delate. Su poesía como su prosa destila persistente el veneno de no estar de acuerdo con lo establecido y por ahí va la cosa. Porque sabe que es un perdedor, que en vida no hay posible triunfo, y que la mayor desgracia no es haber nacido sino envejecer y que la felicidad no existe.

He aquí un fragmento de uno de sus poemas:

A vosotros, diarios agonistas, conocedores profundos de la irrealidad del mundo, de la radical injusticia de lo vivo, intuidores perfectos de un más allá oscuro, a quienes sólo se concede, como a reyes caídos, el desprecio.

A vosotros, ansiosos de lo imposible, sedientos de ideal, manos tendidas a cuanto es más bello y adorable, que de la forma carnal eleváis un dios absoluto y joven, metafísicos de lo real, adoradores, ángeles, ascetas, obligados al llanto en soledad, al cercano silencio, o a la muerte liberadora, atroz, violenta a menudo.

A vosotros, sórdidos en la noche del mundo y siempre aguardando…

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