domingo, 18 de septiembre de 2011

Clorindo Testa

Entrevista a Clorindo Testa
Si el Estado quiere preservar una obra entonces tiene que comprarla”
Publicado el 18 de Septiembre de 2011
Por Natalia Gelós
De este modo el arquitecto mostró su desprendimiento con respecto a la casa de Guido Di Tella, que él construyó en 1968, y que ahora está en demolición. “No me molesta que tiren esa construcción, las cosas no tienen que ser eternas”.


Sonríe sereno Clorindo Testa.
“Lo que queda, queda. Lo que no, se pierde.” Lo dice en particular, por la demolición de la casa que en 1968 construyó para Guido Di Tella, en el barrio de Belgrano. Lo dice en general por todas sus creaciones. Su obra: más de 12 construcciones que lo ubican entre los grandes nombres de la arquitectura latinoamericana. Un centenar que cuenta en su lista con la Biblioteca Nacional (1962) y el ex Banco de Londres (1959). Una trayectoria que lo consagró como “el más artista de los arquitectos”.
La casa Di Tella, en la calle Arribeños 1308, en el barrio de Belgrano, era, en sintonía con la figura de su propietario, un receptáculo de arte y vanguardia. Alguna foto que persiste en la Web muestra una larga galería con rampa, en la que se adivinan piezas: arte africano, incaico. Un museo doméstico alumbrado por la luz se filtra de a chorros. Ahora, detrás de la empalizada, lo que queda es un esqueleto, un laberinto desguazado de fierros, alambres y escombros. Los obreros trabajan en orden. El cielo gris amortigua los ruidos. La demolición se hace en silencio. Ya no se distinguen las líneas simples. Nada queda del hormigón a la vista. La demolición, que desde hace años era sólo amenaza, ahora es un hecho. Ahí se va, entonces, una de las construcciones del estilo brutalista, que se caracterizaba por el uso del hormigón. Ahí se va una de las pocas viviendas que realizó Testa en toda su carrera.
A lo largo de estos años hubo algunos intentos para preservarla. Dos proyectos, uno de la ex diputada Teresa de Anchorena y otro del diputado Patricio Di Stéfano, habían intentado protegerla de la demolición y solicitaban su catalogación preventiva, para ampararla de las modificaciones que pueda hacerle el propietario, en este caso, la Escuela Arlene Fern, ubicada al lado de la casa Di Tella. No fue una sorpresa. Ya en el 2008, el arquitecto Carlos Blanco, de la ONG Basta de Demoler, advertía: “El patrimonio edificado sin catalogar está desprotegido, bajo la tutela y el libre albedrío de los fluctuantes intereses del mercado. Su regulación y la valoración de su potencialidad como parte del acervo cultural de la Ciudad de Buenos Aires, es responsabilidad de las autoridades del GCBA, su Legislatura y la participación de la comunidad.” Hernán Lombardi, ministro de Cultura del gobierno de la Ciudad, no pudo responder sobre la pérdida que esto significa para el patrimonio arquitectónico de la Ciudad.
En su estudio de la Avenida Santa Fe se mezclan esculturas, cuadros, incontables papeles. Sobre una silla, un sombrero y un sobretodo azul. Sobre la mesa, planos pintados con fibras de varios colores. “Los pinto porque me divierte”, dice Testa. A sus espaldas, las fotografías, algunas botellas de vino, una de champagne.

–¿Cuáles fueron los requisitos de Di Tella para que construyeran la casa?
–Guido era muy inteligente y muy libre. Me dijo: “Hacé lo que vos pensás.” Él necesitaba depositar los cuadros. Sobre la base de eso, hice lo que me inspiró: una casa de patios, como una de 1900. Había un patio chico adelante, después otro atrás. Desde el estar veías un patio a la izquierda y otro a la derecha, de medianera a medianera. Había una pequeña rampa. A la entrada, una especie de gruta que tenía una plataforma arriba donde había esculturas. Subías por una pequeña escalera al estudio de Guido, o entrabas por una rampa. Él necesitaba un estudio. Decía que ahí iba a visitarlo gente, gente que almorzaba en su casa. El comedor tenía una puerta corrediza, formaba parte del estudio y dejaba de formar parte de la casa. El living era grande. Estaba iluminado. Todo el depósito de cuadros era una plataforma de cinco metros por tres de ancho. Arriba, él tenía esculturas. Una de ellas ahora la tengo yo, porque cuando él se murió, Nelly, su mujer, me la regaló. Era un Garibaldi de 1870 hecho en madera pintada. En la casa sobre todo tenía cosas contemporáneas.
–¿Cuál fue su relación con Di Tella?
–Nos conocimos porque él inventó el premio Di Tella. Yo lo gané en 1961. Él era un cultor del arte. Su desaparición fue muy triste porque en la Argentina no hay muchas personas así. En la década del ’30 estaban Amigos del Arte, que trajeron a Le Corbusier. Después, desaparecieron. Di Tella fue otro que invitó gente, que se movió. Ahora hay personas sueltas, pero no hay un motor así.
–¿Conservó los planos, alguna foto de la obra en construcción?
–Los planos quedaron en el estudio de Irene van der Poll y Luis Hevia Paul. O sea, está bien porque en realidad desapareció la casa y desaparecieron los planos –Testa ríe–. Te diré que a mí no me importa. Las cosas que uno hace no tienen que ser eternas. Ni por asomo se me ocurre eso.
–¿Ni siquiera le molestaría que demolieran la Biblioteca Nacional?
–Es más complicado derrumbarla, pero no, no me importaría. No creo que las cosas que uno hace sean para la eternidad. Son para el momento. Terminás los planos, terminás de construir y se acabó. A mí no me molesta para nada, porque las cosas son transitorias. Un edificio es una cosa viva. Se transforma.
–¿Y qué pasa con el arte que se pierde?
–Se pierde. La cantidad de obras de arte que se han perdido desde la época de los romanos. Es como si te dijera que me gustaría que la ciudad de Roma hubiera permanecido en el tiempo como era antes. No puede ser porque cambió todo. Cada cosa acompaña a su tiempo.
–¿No lo ve como parte de un patrimonio a rescatar?
–Las que quedan, quedan. Y si no, quedan fotografías.
–¿Cree que la ley debe proteger este tipo de construcciones?
–Es complicado. En una manzana hay seis casas, lotes diferentes. Es complicado cuando un lote es protegido sin que el Estado lo compre. El Estado debería mantenerlo. Prohibirle a un propietario que lo demuela… es complicado. Si el Estado lo quiere conservar, que lo compre y lo conserve. Al final, el que lo protege es el dueño del lote a la fuerza. Si el Estado quiere declararlo monumento histórico, que lo mantenga.
–¿Realmente no le pasó nada cuando le dijeron que demolerían la casa?
–Y no… si no, te pasarías la vida tratando de que no te volteen las cosas. Lo que queda, queda. Lo que no, desapareció. Punto.

Así, con una indiferencia templada, Testa exhibe su ateísmo artístico. A su espalda, una foto gigante, de la medianera de enfrente. Otra, de la esquina de Callao y Santa Fe. Y otra, de la misma esquina, casi el mismo ángulo, pero tomada hace casi 100 años. El paisaje es otro. Sólo perduraron en el tiempo dos iglesias, pero las cúpulas de ambas fueron tapadas por las decenas de edificios que ganaron altura con el correr de los años. “Los edificios son como las personas”, vuelve a decir Testa, custodiado por unas maquetas que realizó cuando era niño. Ellas sí permanecieron.

No hay comentarios: