sábado, 22 de noviembre de 2008

JOSÉ SARAMAGO.

Saramago Básico
Azinhaga (Portugal), 1922. Escritor.

En 1947 publicó su primera novela, "Tierra de pecado", reeditada en Portugal coincidiendo con los cincuenta años de su aparición. Pese a las críticas estimulantes que entonces recibió, el autor decidió permanecer sin publicar más de veinte años. La celebridad y el reconocimiento a escala internacional le llegan con la aparición, en 1982, de su ya legendaria novela "Memorial del convento", a la que siguió "El año de la muerte de Ricardo Reis". La serie de los textos que lo conducen a recibir el Premio Nobel en 1998 continúa con "La balsa de piedra", "Historia del cerco de Lisboa", a lo largo de los años ochenta. En 1991 publica "El Evangelio según Jesucristo" y luego "Casi un objeto", "Viaje a Portugal", "Ensayo sobre la ceguera", "Todos los nombres" (1999), y ya en los años dos mil "La caverna", "El hombre duplicado", "Ensayo sobre la lucidez", "Poesía completa" y "Las intermitencias de la muerte". Saramago tiene su refugio en la isla de Lanzarote y ha viajado a menudo por razones literarias y compromisos con distintas causas humanitarias. Motivos de sus viajes ha sido últimamente su función de jurado en el Premio Clarín de Novela. Es miembro del Partido Comunista portugués y ha recibido otras distinciones además del Nobel, como el Premio Camões, equivalente, en Portugal, al Premio Cervantes en España.

Así escribe
Comienzo del viaje

Por más incongruente que le pueda parecer a quien no ande al tanto de la importancia de las alcobas, sean éstas sacramentadas, laicas o irregulares, en el buen funcionamiento de las administraciones públicas, el primer paso del extraordinario viaje de un elefante a austria que nos proponemos narrar fue dado en los reales aposentos de la corte portuguesa, más o menos a la hora de irse a la cama. Quede ya registrado que no es obra de la simple casualidad que hayan sido aquí utilizadas estas imprecisas palabras, más o menos. De este modo, quedamos dispensados, con manifiesta elegancia, de entrar en pormenores de orden físico y fisiológico algo sórdidos, y casi siempre ridículos, que, puestos tal que así sobre el papel, ofenderían el catolicismo estricto de don Juan, el tercero, rey de Portugal y de los algarbes, y de doña catalina de Austria, su esposa y futura abuela de aquel don Sebastián que irá a pelear a alcácer-quivir y allí morirá en el primer envite, o en el segundo, aunque no falta quien afirme que feneció por enfermedad en la víspera de la batalla. Con ceñuda expresión, he aquí lo que el rey comenzó diciéndole a la reina, Estoy dudando, señora, Qué, mi señor, El regalo que le hicimos al primo Maximiliano, cuando su boda, hace cuatro años, siempre me ha parecido indigno de su linaje y méritos, y ahora que lo tenemos aquí tan cerca, en Valladolid, como regente de España, a un tiro de piedra por así decir, me gustaría ofrecerle algo más valioso, algo que llamara la atención, a vos qué os parece, señora, Una custodia estaría bien, señor, he observado que, tal vez por la virtud conjunta de su valor material con su significado espiritual, una custodia es siempre bien recibida por el obsequiado, Nuestra iglesia no apreciaría tal liberalidad, todavía tendrá presente en su infalible memoria las confesas simpatías del primo Maximiliano por la reforma de los protestantes luteranos, luteranos o calvinistas, nunca lo supe seguro, Vade retro, satanás, que en tal no había pensado, exclamó la reina, santiguándose, mañana tendré que confesarme a primera hora, Por qué mañana en particular, señora, si es vuestro hábito confesaros todos los días, preguntó el rey, Por la nefanda idea que el enemigo me ha puesto en las cuerdas de la voz, mirad que todavía siento la garganta quemada como si por ella hubiera rozado el vaho del infierno. Habituado a las exageraciones sensoriales de la reina, el rey se encogió de hombros y regresó a la espinosa tarea de descubrir un regalo capaz de satisfacer al archiduque Maximiliano de Austria. La reina bisbiseaba una oración, comenzaba ya otra, cuando de repente se interrumpió y casi gritó, Tenemos a salomón, Qué, preguntó el rey, perplejo, sin entender la intempestiva invocación al rey de Judea, Sí, señor, salomón, el elefante, Y para qué quiero aquí al elefante, preguntó el rey algo enojado, Para el regalo, señor, para el regalo de bodas, respondió la reina, poniéndose de pie, eufórica, excitadísima, No es regalo de bodas, Da lo mismo. El rey aseveró lentamente con la cabeza tres veces seguidas, hizo una pausa y aseveró otras tres veces, al final de las cuales admitió, Me parece una idea interesante, Es más que interesante, es una buena idea, es una idea excelente, insistió la reina con un gesto de impaciencia, casi de insubordinación, que no fue capaz de reprimir, Hace más de dos años que ese animal llegó de la india, y desde entonces no ha hecho otra cosa que no sea comer y dormir, el abrevadero siempre lleno de agua, forraje a montones, es como si estuviéramos sustentando a una bestia que no tiene ni oficio ni beneficio, ni esperanza de provecho, El pobre animal no tiene la culpa, aquí no hay trabajo que sirva para él, a no ser que lo mande a los muelles del tajo para transportar tablas, pero el pobre sufriría, porque su especialidad profesional son los troncos, que se ajustan mejor a la trompa por la curvatura, Entonces que se vaya a Viena, Y cómo iría, preguntó el rey, Ah, eso no es cosa nuestra, si el primo Maximiliano se convierte en su dueño, que él lo resuelva, suponiendo que todavía siga en Valladolid, No tengo noticias de lo contrario, Claro que hasta Valladolid salomón tendrá que ir a
pata, que buenas andaderas tiene, Y a Viena también, no habrá otro remedio, Un tirón, dijo la reina, Un tirón, asintió el rey gravemente, y añadió, Mañana le escribiré al primo Maximiliano, si él acepta habrá que concretar fechas y realizar algunos trámites, por ejemplo, (...)

("EL VIAJE DEL ELEFANTE" PAGS. 13-16)








A punto de cumplir 85 años la semana próxima, el escritor José Saramago concurrió a la Casa Rosada, donde se entrevistó con la presidenta electa, Cristina Fernández de Kirchner.

Acompañado por su esposa, Pilar del Río, el autor de Memorial del Convento y Ensayo sobre la ceguera, entre otras grandes obras, llegó al país la semana pasada para participar como jurado del Premio Clarín de Novela 2007, junto a la española Rosa Montero y el argentino Alberto Manguel.

Como un síntoma de las diferencias que tendrá su gestión con respecto a la de su esposo, el presidente Néstor Kirchner --que casi nunca se reunió con intelectuales--, la Primera Dama en cambio parece interesada en estar conectada con las personalidades más descatadas de la cultura, como hacen la mayoría de los mandatarios del mundo.

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