sábado, 19 de enero de 2013

Felipe Benítez Reyes


Felipe Benítez Reyes

"La poesía es mi forma de pensar"


ALBERTO OJEDA | Publicado el 17/12/2012

Acaba de publicar el libro de poesía 'Las identidades'



Las identidades reúne los poemas escritos por Felipe Benítez Reyes (Rota, 1960) entre el 2006 y el presente año, que ya agoniza. A un poeta veterano como él le ronda la sospecha, cuando se pone a escribir, de incurrir en la reincidencia: temática, estilística, musical, estructural, tonal... Reconoce que, por esta razón, lo de tejer versos es en su vida un impulso cada vez "más excepcional". Aun así en estos seis años no ha podido dejar de ofrecer su testimonio poético de los convulsos acontecimientos en que nos hallamos inmersos: las pateras hundidas en el Estrecho de Gibraltar, "el ansia oscura" por el dinero, el precio de los soldados... Pero el libro va más allá de esta espinosa realidad. La denuncia se equilibra con la introspección. El poeta se mira adentro y se pregunta quién es ("quién eres"). Y no se fía de la voz que le responde al otro lado. Al otro lado de sí mismo. ¿Soy yo?

Pregunta.- Cruzado el Rubicón de los 50, ¿el impulso que conduce a la escritura de poesía sigue siendo el mismo o ha cambiado?
Respuesta.- Creo haber aprendido a manejar mis inseguridades. La inseguridad también se aprende. Con el paso del tiempo, la escritura de un poema acaba siendo más excepcional. Se trata de decir cosas, no de repetirlas, aunque con la aprensión de fondo de que todo lo que uno escribe no sea más que una variación sobre tres o cuatro asuntos recurrentes.

P.-¿Cómo conjura el riesgo de repetirse, después de tantas palabras hechas poesía?
R.-Mediante la prudencia quizá. Mediante la renuncia a la mera ocurrencia. Y también mediante el optimismo ante las posibilidades combinatorias.

P.- Dice que en Las identidades ensaya tonos nuevos. ¿Cuáles serían esos tonos? ¿Tonos más reflexivos?
R.- Para mí, la poesía ha sido siempre -o casi siempre- mi forma de pensar, mi método interpretativo de las cosas del mundo, incluido, por supuesto, uno mismo, la fantasmagoría de la identidad. El tono es quizá el sustento básico de un poema. Más incluso que el tema, porque hay ocasiones en que el tema esencial de un poema puede ser el tono mismo, y no sé si me explico. En este libro me he regido por un diapasón más bien grave, con el contrapunto de unas imágenes que aspiran a ser muy claras, precisamente para iluminar algunos asuntos un tanto sombríos, ya que poco mérito suele tener el partir de la oscuridad para llegar a la oscuridad.

P.-¿La identidad es, al fin, "ser el mismo que nunca fuiste"?
R.- Me temo que somos, a partes casi iguales, quienes irremediablemente somos y quienes irremediablemente nunca seremos. El yo ilusorio pesa tanto en nosotros como el yo real. En la memoria tienen su sitio de honor las imposibilidades.

P.-¿Y cuándo se mira en el espejo reconoce al hombre que se perfila enfrente? ¿Qué tal se lleva con él?
R.- Bueno, esa es una cuestión casi puramente cosmética, ¿no? Lo raro de la imagen que devuelve el espejo no es que sea una imagen progresivamente deteriorada, sino el hecho de que sea una imagen desconcertante que te pregunta quién eres y a la que tú le preguntas que quién es, con la peculiaridad de que no hay ninguna respuesta del todo convincente.

P.-La crisis y sus impactos se filtran en el poemario. ¿Uno se queda más tranquilo al denunciar las injusticias del momento?
R.- Más tranquilo no sé. No creo. La formulación de algo no conduce necesariamente a liberarse de ese algo. Sería más bien la consecuencia de una especie de imperativo categórico, supongo. La poesía no vive al margen de la realidad, sino que aspira a ser realidad.

P.- ¿O no hay consuelo posible, porque -probablemente- la poesía tiene poco que hacer en mitad del desastre?
R.- Se le podría dar la vuelta al asunto: lo que quizá tiene poco que hacer en este mundo no es la poesía, sino precisamente este mundo desastroso que hemos construido en un mundo potencialmente prodigioso.

P.- [...] "es la palabra que deja de ser una palabra / cuando se manifiesta" [...]. ¿En qué se convierte?
R.- Esos versos en concreto están referidos a la muerte. Para desconsuelo de quienes escribimos, las palabras sólo aciertan a tantear los grandes misterios, los sucesos decisivos y esenciales de cualquier existencia. La palabra "muerte", por ejemplo, puede ser un mero recurso retórico, una de esas palabras ornamentales que dan un prestigio de gravedad a un poema. Pero la muerte, cuando llega, deja de ser una palabra. O mejor dicho, aunque sea al modo de Perogrullo: es una palabra para Jorge Manrique, pero no para el padre de Jorge Manrique.

P.-Ha anunciado que quiere meterse de lleno en una novela que dejó pendiente. ¿Por dónde van los tiros de esa novela?
R.- De momento, los tiros sólo van hacia mí. Tengo el dibujo abstracto, pero me falta configurar al narrador, darle una voz, y darle luego una vida, claro está. En enero tengo previsto dedicarme en exclusiva a ella, aunque eso acabará dependiendo más del propio enero que de mí. 

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