sábado, 4 de julio de 2009

LEO BROUWER

Leo Brouwer: “Me harán homenajes por mis setenta años, y yo me dejo querer; pero no es bonito hablar de ello, sí de lo que uno siente cuando el cariño y el respeto se manifiestan y eso sí no me falta”

por Leo Brouwer

La lectura

Cuando tenía 6 años comencé a leer, a leer vorazmente, y entre las primeras cosas que asocié a la lectura, había una pequeña cuarteta popular que decía:

“Con un cocuyo en la mano /
Y un gran tabaco en la boca /
Estaba el indio cubano /
Sentado sobre una roca
”.

No la he olvidado jamás.

Comencé a leer en serio a los 7 años. A esa edad tomé solo el tranvía, mi madre me montó llorando en él para que me fuera a la escuela mientras yo lloraba también en el tranvía, pero a la media hora me sentía el hombre más importante y maduro del mundo. En ese mismo momento empecé a leer de una manera casi demencial, como casi todo lo que he hecho con la cultura.

He tenido el privilegio de ser amigo de los grandes escritores de habla hispana, vivos y no vivos. Ha sido un privilegio que todavía tengo, ahí están Cintio Vitier, Ángel Augier, Graziella Pogolotti, una serie de titanes del pensamiento literario en cuya bolsa incluyo también a Eusebio Leal, entre otras figuras que sobrepasan los 60 años de edad. Los más jóvenes también son importantísimos. Soy un privilegiado porque amé la literatura desde niño. Llevo lentes desde los siete u ocho años de edad, aunque no fueron los libros quienes me comieron la vista, quizá la música sí, pero siempre tuve necesidad de lentes.

Recuerdo que una vez estando operado, Haydee Santamaría me fue a ver con Julio Cortázar y me llevó Rayuela al hospital. También tuve autografiado de su mano los Cien años de soledad, de García Márquez. Las primeras ediciones de Cien años… y Rayuela —no las primeras en el mundo, pero sí las primeras que divulgaron masivamente a esos grandes de la literatura— fueron hechas por Casa de las Américas.

Ahora estoy, como siempre, leyendo dos o tres cosas al mismo tiempo. Leo mucho ensayo, algunos de los grandes de la novela contemporánea: Paul Auster, Roberto Bolaños, alguna obra de la nueva generación de habla hispana o alguna traducción importante, como una de las mejores traducciones de Edgar Allan Poe, hecha por Cortázar.

El hábito de leer, perdido por la televisión y por el ordenador, es un hábito que debemos asimilar, e insistir en que nos enamore. Se debe leer porque hay cosas que la imagen sola no nos da. Desconfío muchísimo de toda imagen que pueda ser manipulada; el libro también, pero el libro es pensamiento y está vivo, mientras que la imagen televisiva pasa y la manipulación quedó grabada y no se puede comprobar, por eso es tan dañina.

Titón y Solás, dos métodos de trabajo

En un diálogo salen los términos más rápidos, más populares y más directos de una conversación sobre lo que se trate, en este caso “música para el cine”. Cuando trabajaba con Titón (Tomás Gutiérrez Alea) nos escribíamos, era un epistolario muy interesante y muy conceptual. Titón era muy conceptual y frío. Humberto (Solás), por el contrario, era muy explosivo, temperamental, intuitivo. Son cosas de estos dos grandes del cine cubano no muy conocidas, pero que viví día tras día.

El placer de un habano

Hace unos diez u once años tuve un severo ataque cardiaco y abandoné muchos elementos de mi vida cotidiana aparentemente nocivos. Me convertí en vegetariano, con lo cual todos los animalitos me aman, y me siento infinitamente mejor, pero no pude dejar el puro habano, lo único que hice fue dilatar el placer de fumármelo una o dos veces a la semana, a veces por el trabajo me paso hasta un mes sin fumar.

A los hombres solitarios, que trabajamos en solitario, que hemos pasado muchísimos períodos de nuestra vida en una soledad sonora, a quienes hemos estado tan solos, un buen tabaco de vez en cuando nos acompaña, nos reconforta, nos ayuda y, sobre todo, hace una cosa mágica: nos quita el stress.

Un día en la vida

Después de los primeros años —los primeros años significa entre los diez y los veintiuno, porque yo trabajo desde los once años: cortaba árboles para pagarme la comida—, después de esos primeros años vino la etapa de desenfreno, de los veinte a los treinta, que significa no dormir, conocer todo lo que me rodeaba, trabajar y divertirme al mismo tiempo, visitar los lugares más insospechados, como la Playa de Varadero, que antes de eso nunca conocí.

Luego de esa etapa de verdadera actividad juvenil, pero madura, vino una etapa de introspección. Cuando cumplí treinta años me sentí muy viejo, no pensaba que iba a llegar al siglo XXI, empecé a invertir el orden de los valores y desde entonces llevo cuarenta años levantándome a las 5:00 ó 5:30 de la madrugada. Actualmente me levanto quizá media hora más tarde, a las 6, pero sigo poniéndome el horario de las 5 de la mañana como horario inicial.

A esa hora hago el desayuno, se lo llevo a mi mujer a la cama, hago un café estupendo. Después me doy la ducha de rigor, en Cuba hay que practicar ese arte del baño un par de veces al día, por lo menos en verano, si el tiempo y el trabajo te lo permiten, y a mí me lo permiten porque trabajo en mi casa, componiendo veinticuatro horas al día.

Tengo ese privilegio extraordinario el cual añoré hasta hace muy poco: siempre estuve trabajando para la sociedad o para los organismos que me han contratado en todas partes del mundo y no me arrepiento, pero ahora trabajo en mi casa lo que quiera hacer. Esa es una gran ventaja, aunque propongo a quien no tiene esa dicha pensar como los asiáticos, como los japoneses: que todo lo que hace el ser humano es importante; y tienen toda la razón del mundo, si no hubiera un hombre orgulloso de limpiar las calles, las plagas nos matarían y en Japón el hombre que limpia las calles es saludado por el emperador.

Eso no ocurre aquí porque nosotros tenemos una falsa escala de valores, es un escalafón más falso todavía, provocado por la llamada cultura occidental, donde imperan los valores del “ganador” y el “perdedor”, léase películas yanquis en el 95%. Con esos valores no podemos ser felices. Yo recomiendo mirarse a sí mismos como un verdadero valor, no hablo de la autosuficiencia, no hablo del hombre que se mira en el espejo y se tira besos, hablo del hombre que se mira adentro y dice: yo sirvo, soy valioso para algo o para alguien, y me quiero a mí mismo. Esto me lo dijo Bola de Nieve en una ocasión y lo recomiendo.

Vuelvo entonces a mi vida, como soy un hombre privilegiado compongo prácticamente el día entero, leo, veo cine, oigo música por supuesto, tengo el amor en casa, mis hijos son grandes, supuestamente son autosuficientes, aunque eso nunca termina, los hijos siempre necesitan del mayor. Después de cincuenta años sin haber tenido un jardín, esa cosa monótona, un poco tonta, de la tercera edad, me percato que eso de fabricar un jardín, echarle agua a las plantas y hasta conversar con ellas, también llena de felicidad si no fuese por esa escala de valores tan falsa que tenemos.

En la noche leo una obra literaria fantástica que nunca termina, porque el cansancio me agobia. En ese período de silencio es cuando empieza un breve recuento de lo hecho y lo que voy a hacer. Ahí termina un día más. Esa es mi vida, una vida muy sencilla, nada aburrida.

Cumplir setenta

Este año tengo que ir a distintos lugares donde se me van a hacer homenajes por mis setenta años, y yo me dejo querer. Comenzaron por Dinamarca, Suecia, Bélgica, Holanda, España, Finlandia, Brasil, México y esta última gira por Barcelona, Madrid, París y dos lugares maravillosos del campo francés. Dentro de un tiempo volveré luego de más de veinte años a la nueva Rusia, que no será ya la misma, debe estar muy cambiada y por ahí se sigue.

En Cuba se han hecho homenajes como el del recital del maestro Pellegrini y ahora la entrega del Premio Nacional de Cine. Eso va a seguir todo el año, pero no es bonito hablar de ello, sí es bonito hablar de lo que uno siente cuando el cariño y el respeto se manifiestan y eso sí no me falta. Me quieren mucho, pero también he trabajado mucho, he hecho muchas cosas y estoy feliz por ello. Seguiré componiendo, tengo tantas ideas que no me dan abasto las manos ni el tiempo.

Algunas reflexiones como epílogo

Me gusta mucho hacer bromas porque la vida es tan rica, pero tan difícil que hace falta ver también ese panorama.

Siempre me asombra la naturaleza, lo que me rodea, ya sea la naturaleza o la cultura en todas sus formas, en Cuba o fuera de ella. Una de las cosas que atesoré desde joven fue descubrir cosas, obras, talentos. Descubrir de pronto a un genio de la música, traerlo a la radio, que te miren de reojo y desconfíen de ese gesto lleno de admiración, que ignoren durante cierto tiempo ese hallazgo y luego se encuentren con que aquello se convirtió en el “number one”, lo digo con todo retintín y cierta ironía. Es algo muy especial, muy difícil, pero que llena de felicidad.

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Transcripción de algunos fragmentos de la intervención del Maestro Leo Brouwer en la tertulia del Museo del Tabaco el 29 de abril de 2009.

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