miércoles, 8 de julio de 2009

gabriel bañez

21 abril, 2009
Entrevista aparecida en "El liberal"
Diálogo a solas con Gabriel Báñez

Por Augusto Munaro / Especial para Viceversa

“El humor es mi pobre recurso ante la desesperación”

Viceversa le ofrece en la edición de hoy una entrevista exclusiva al autor de la novela “La Cisura de Rolando”, recientemente ganadora del concurso literario “Premio Internacional de Novela Letra Sur”.

El escritor y periodista Gabriel Báñez (La Plata, 1951), es quién ganó recientemente el concurso literario “Premio Internacional de Novela Letra Sur”, organizado por el Grupo Jornada de la provincia de Chubut y la editorial El Ateneo, con el libro “La Cisura de Rolando”. El jurado integrado por Martín Kohan, Claudia Piñeiro y Juan Sasturain, seleccionó su obra entre un total de 293 candidatas remitidas desde varias provincias y del exterior, otorgándole además de su correspondiente publicación, la suma de 50 mil pesos.
“La cisura de Rolando”, es un término médico para localizar la región del cerebro que separa el lóbulo frontal del parietal, y asimismo, se trata del nombre del protagonista de la novela. Dividida en dos partes, la primera aborda la singular infancia y adolescencia del personaje, que estando imposibilitado del habla, aprende taquigrafía para poder comunicarse. La segunda y última parte de la historia, retoma las vicisitudes de Rolando, ya adulto e ingeniero, tras acudir a una terapia lacaniana, cuyos desopilantes resultados convierten el libro en una sátira de incuestionable valor. Autor de una docena de novelas, Báñez es además columnista de "El Día" y está a cargo de la sección literaria del diario. Dueño de un estilo parco, su escritura se presta a una plasticidad expresiva muy particular. Por momentos sobria y por otros cínica, la novela logra representar mucho más que las funambulescas peripecias de un afásico. Hay en Báñez ecos de Swift, de Arturo Cancela; de Bernardo Jobson. Un humor corrosivo que hace su escritura profundamente humana, porque pone al desnudo sus defectos sin fines estrictamente didácticos. El libro ofrece, a su vez, el panorama de toda una sociedad y una época histórica; la Argentina actual, para legarnos por sobre todo, un sutil homenaje al lenguaje.

- ¿Qué lo llevó a escribir “La cisura de Rolando” en primera persona y con un protagonista que pierde el habla?

- La primera persona de Rolando es la tara. Tengamos en cuenta que una perspectiva, narrativamente, no es una cuestión técnica si no de conciencia: dónde me ubico con relación a lo que voy a contar, cuánto de mí está involucrado, qué distante estoy o cómo me afecta, etc.

- ¿El silencio de Rolando, el trastorno del lenguaje que padece, es simbólico en más de un sentido?
- Todo es simbólico, el lenguaje en sí mismo es grafía y símbolo designativo
. El lenguaje trópico o traslaticio también va adquiriendo nuevas designaciones referenciales. Palabras vulgares que designan cosas y luego mutan: bala, pensemos. Pero si alguien dice “ese tipo es bala o balín”, bueno, la cosa cambia. Ahora bien: en Rolando el presunto trastorno adquiere connotación negativa en quienes lo rodean. El personaje, al revés, lo supera a partir de otros lenguajes.

-Llama la atención la solvencia con que aborda conceptos de electricidad, taquigrafía y neurología. ¿Hizo algún trabajo de investigación para ello?
- No, ni idea. Palabra: no tengo la menor idea de qué es un electrón o una celda electromagnética. Ese nulo saber lo aplico a la idiosincrasia femenina porque nadie tampoco sabe qué es una mujer. Y cuando lo sabemos, ya es tarde. Los hombres siempre estamos tarde de todas las cosas.
- En su particular humor, rasgo característico de su escritura, ¿cuál es exactamente la cuota de cinismo?
- La cuota de cinismo, me han dicho, me torna insoportable. Yo, sin embargo, logro prorratearla y llevarla en cómodas cuotas diarias, mensuales a veces. Depende. Eso la hace soportable. Sin embargo, es parte de mi vulnerabilidad, del tipo enormemente precario que soy. El humor es mi pobre recurso ante la desesperación.
- ¿Báñez, es Rolando un resentido, un paranoico; es posible describir su personalidad?
- Rolando es un personaje fatalmente ingenuo
, las notas de resentimiento que se le pueden advertir son patadas a ciertos lugares comunes: modelos o actrices que adoptan niños en Nairobi. La burla, el Rolando de la segunda parte, la traslado a nuestra frontera con Bolivia. Me asquea la gente que se conmueve de a ratos ante la miseria. Como la paranoia: Rolando es “de a ratos paranoico”. En esencia, no obstante, yo diría que es un ingenuo.

- En un pasaje de la novela, el protagonista dice “uno jamás escribe lo que quiere decir ni dice lo que verdaderamente siente”. ¿Comparte usted esa afirmación?

- Sí, la comparto de a ratos. No siempre uno dice lo que dice ni tampoco lo que siente. Cree estar diciéndolo. Ese convencimiento o noción es la mayor trampa del lenguaje. Somos víctimas del lenguaje, él nos construye así como nos retiene. Nos moldea y nos hace creyentes. La mejor trampa del lenguaje es idéntica a la del diablo. Pero convivimos con él, y más: madre es lenguaje, padre es escritura.

- En una oportunidad usted dijo que con la redacción de “La cisura de Rolando”, aprendió discretamente a dudar de su yo referencial. ¿Por qué?

- Discretamente he aprendido a dudar del yo referencial porque no hay nada más mentiroso que el yo. Las ficciones acaso más puras en el estricto sentido lato del término son las autobiografías. Uno dice o escribe yo y ya deja la marca iniciática de la mentira, del lenguaje. La escritura, la máscara.- ¿Haber ganado este premio, condicionaría de alguna forma, su modo de escribir futuras obras?, ¿por qué?

- No, no creo: siempre escribo dándole vueltas y vueltas a la disfuncionalidad. No creo que el premio me torne funcional, para nada. Luego, uno escribe lo que puede. Envidio a quienes pueden escribir sobre cualquier cosa. Esos son escritores verdaderos. Yo soy apenas un apuntador del disociado que me dicta, Gabriel Báñez, pongamos. Aunque los nombres terminan agotando a sus portadores.

- Cuando usted escribió el libro, ¿cuáles fueron las prioridades que consideró indispensables conservar y explorar?

- Las fallas de la escritura, ciertas fisuras que intuía y dejé intactas durante el proceso de corrección. Conversando con José Donoso, me decía: “Hay fallas geológicas que aparecen en la escritura y esas son verdaderas, hay que dejarlas intactas”. Lo creo. Por esas zonas respira el texto, lo más orgánico, fallido y anárquico de la novela, en este caso. Por eso admiro tanto a un escritor menor como John Fante: él deja sus fallas a la vista, las costuras, los hilvanes. Digamos que soy un hijo bobo de Fante.

- ¿La novela lo ayudó a matizar su postura hacia la terapia lacaniana?

- La novela es un matiz. No tengo postura ante la terapia lacaniana. Me parece, sí, una admirable literatura. Pero no hay cinismo en esta afirmación, al contrario. Hay admiración. El rigor de Lacan nace de haber encontrado fisuras, fallas geológicas en el lenguaje. Para mí, funcionan. Y funcionan admirablemente porque lo hacen en vulgata, de su yerno para acá, de la literatura oral y fascinantemente epigonal para acá.

- En un reportaje usted dijo que sus novelas tenían que ver con la disfunción que yace en toda la cultura. ¿Podría explicar por qué?
- Porque la cultura es la enfermedad.

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